En general -quizá me esté columpiando, pero estoy razonablemente seguro de que no-, para acceder a los puestos altos en la Administración que no son de libre designación (consejeros del Tribunal de Cuentas o del Consejo General del Poder Judicial, magistrados del Tribunal Supremo o del Constitucional… esas cosillas) se requieren dos cosas: un cierto número de años de ejercicio profesional, y un reconocido prestigio.
El primero de los puntos no plantea problemas:
se ve cuándo comenzó el ejercicio profesional del candidato, se echan las
cuentas y si cumple el plazo, lo cumple; y si no, pues no, y aquí paz y después
gloria. El segundo es algo más peliagudo, porque no dice en qué consiste el
prestigio, ni quienes tienen que reconocer semejante adorno. De hecho, viendo
la catadura de algunos que andan (es un decir) o han anduvido por los
órganos citados, uno se pregunta quién demonios les haría la tasación prestigical
porque, la verdad, dejan mucho que desear.
Y, lo que es peor, su falta de cualificación
desprestigia las instituciones en las que les han colocado. Que algunas, la
verdad, no es que tuvieran mucho prestigio, pero algo suponen en el entramado
institucional (valga la redundancia) español.
Es el caso de Golpe Pumpido,
presidente (llamarle mamporrero del psicópata, aunque mucho más ajustado
a la realidad, suena mucho peor) del Tribunal Prostitucional (que, como
digo, fue nacer y perder todo prestigio, de allí para acá no ha hecho sino ir a
peor). A pesar de haber tronado contra la decisión de la Audiencia Provincial
de Sevilla de plantear una cuestión prejudicial ante el Tribunal de Justicia de
la Unión Europea en relación con el enjuague del latrocionio continuado
de los de la mano y el capullo en Andalucía con los EREs fraudulentos, el caso
es que hace mes y medio no habían tomado todavía decisión ninguna…
…y mes y medio después, hasta donde se me alcanza, las cosas siguen exactamente igual. Una especie de fallus interruptus, aunque el titular lo llame gatillazo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario