El que fuera presidente de la federación española de fútbol cayó por un pico pretendidamente no consentido a una de las jugadoras de la selección nacional tras haber ganado el campeonato mundial.
El matiz de duda viene -aunque qué sabré yo
del tema- porque al principio tanto la implicada como su compañera lo
encontraron muy gracioso, muy divertido y muy hilarante. Que fue algo
reprobable, nadie lo duda. Que Rubi había hecho tropelías mucho más
serias y mucho más graves, por las que debería haber dimitido o sido cesado (si
fuera posible, que no lo sé) y, en todo caso, haber pasado a disposición
judicial, tampoco.
Hace algunos meses, una jugadora del Farça
tocó en la zona genital a una rival, a la sazón integrante del Español de mis
amores, al tiempo que le dirigía unas palabras ofensivas que no he logrado
encontrar. Pues bien, dentro de un clima generalizado de comprensión y de quitarle hierro al asunto, la sancionaron con una suspensión de dos partidos.
Rubiales, que ya está tardando, no tiene un pelo de tonto, pero tampoco de listo.
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