Con la izquierda española en general, y los de la mano y el capullo en particular, mi duda recurrente ha sido dilucidar qué es mayor, si su perfidia o su estulticia. Con el psicópata de la Moncloa en particular esa duda no existe, es amoral por encima de todo. Sin embargo, hay otra indefinición que me inquieta.
Y esa indefinición es no saber si se cree
superior a los demás o, por el contrario, se sabe inferior en casi todos los
aspectos a todo el mundo, y es algo que no soporta y desea hacer pagar. En cualquier
caso, el resultado aparente es el mismo: da una impresión de soberbia, de autosuficiencia,
de desprecio displicente, que le hace completamente insoportable.
De puertas afuera todavía podía dar el pego,
pero nadie puede engañar a todos siempre. Sus palabras vacías de compromiso firme
sobre el rearme necesario para disuadir a Rusia de seguir avanzando hacia el Atlántico,
unidas a sus viajes a China, justo cuando en Europa sean empezado a conocer los
procesos judiciales que afectaban a su entorno más próximo -no sólo político,
sino hasta familiar y conyugal-, a lo que se suman sus reacciones autocráticas
y liberticidas hacia los medios de comunicación, todo ello hace que su garbo
internacional se vea capitidisminuido.
Y cuando ya nadie con dos dedos de frente en Europa vota a la izquierda para que gobierne, a él plim: saben que son minoría, pero… ¿quién duerme en el colchón de la Moncloa? Pues eso.
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