El problema de prestar atención a las minorías es que siempre es posible encontrar una minoría aún más pequeña susceptible de plantear reinvindicaciones.
A modo de broma, hace ya cuarenta años (o
más) que yo decía que, si las Vascongadas se separaban de España, cabía la posibilidad
de que Vizcaya (por ejemplo) ejerciera su derecho de secesión del resto de
Vascongadas; luego, Bilbao del resto de Vizcaya; después, la margen izquierda
del resto de Bilbao; y finalmente, que Pachi Zabaleta -no sería hasta años
después que me enteré de que realmente existía alguien llamado así- ejerciera su
derecho de autodeterminarse individualmente. Una exageración jocosa, claro
está, pero camino de ello vamos.
En su afán por hacerlo todo igualitario
-cargándose así el principio de mérito-, los de la mano y el capullo han
establecido no solo la parida de la paridad en las listas, sino incluso las
llamadas listas cremallera, esto es, un hombre-una mujer-un hombre-una
mujer y así sucesivamente. No aclaran si los hombres y mujeres serán cisgénero
o transgénero o qué. Tampoco han establecido la paridad entre las docenas y
docenas de identidades de género, ni el modo de ordenar las mismas.
Pero hete aquí que se ha abierto un nuevo
frente con los gitanos. En efecto, el director del Instituto de Cultura Gitana
-no sabía de la existencia de semejante chiringuito, y lo califico así sin
temor alguno a equivocarme- hizo saber de las exigencias (todas estas minorías
nunca piden o solicitan, sino que siempre reclaman o exigen) del pueblo gitano
(no aclaran cómo se han condensado esos requerimientos, salvo que una
minoría -otra- se haya autoerigido en representante y portavoz de todos los
calós hispanos), entre las que se encontraría la inclusión por ley de personas de etnia gitana en las listas electorales.
Yo que los gitanos tendría cuidado. Es fama que resulta difícil engañarles, pero me juego duros contra pesetas a que el psicópata de la Moncloa lo va a intentar a poco que vea en ello una posibilidad de sacarle rédito.
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