Como
he señalado varias veces (creo), uno de los rasgos que comparten necionanistas e izquierdistas es acusar
a los demás de los pecados de los que ellos mismos adolecen o, por emplear
términos evangélicos, ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
Es
el caso de las declaraciones que hizo desde Bruselas -¡hace un mes!, y allí
sigue todavía- el sujeto del corte de pelo imposible y del peinado inefable, el
estadista que ahora está y uno
segundo después ya no está; en una palabra, Cocomocho.
Según
este individuo, se encuentran (él y los que le acompañaron en eso de salir por
patas) en Bruselas para defender las instituciones de las que son, según él, representantes
legítimos. Es decir, lo mejor para hacer una buena defensa no es la zona,
ni el marcaje al hombre, ni pamplinas semejantes: lo mejor, y ya lo pueden ir
aplicando entrenadores de todos los deportes de equipo en los que se produce
una disputa de algún objeto (fútbol, baloncesto, waterpolo… y hasta quidditch,
si me apuras) es largarse lo más lejos posible de aquello que se pretende
defender. Puede que no lo hagas muy bien, pero quedarás la mar de legitimado. Es
como aquella eliminatoria tras la que el charnego dijo que lo importante era
que habían tenido un setenta por ciento de control del balón; el que en dos
partidos les endosaran siete goles como siete catedrales era una minucia, futesas,
picajosidades de tiquismiquis resultadistas.
Para
remate, el amante de las coles (de Bruselas, claro), dijo sentirse amenazado por la deriva autoritaria de Rajoy. Es decir,
que seguir escrupulosamente (incuso en demasía) los procedimientos legalmente
establecidos constituye una deriva
autoritaria, mientras que saltarse a la torera todas las normas y
procedimientos, falsear unos resultados electorales de un proceso ilegal y
amenazar y agredir a los que no piensan como uno es una declaración de amor a
los principios de la democracia como no se ha visto desde Pericles.
Acabáramos.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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