Dos
de los rasgos que definen a los golpistas catalanes –me refiero a los
ideólogos, no a la carne de cañón; entre estos últimos incluyo tanto a las
masas fanatizadas como a los Clicks
Unidos de Playmobil- son su nulo respeto a la verdad (es decir, que mienten
como bellacos) y su cobardía.
Ambos
aspectos de su personalidad se han visto reunidos de manera palmaria en la
presidente de la asamblea legislativa regional, Carmen Forcadell. Tras
proclamar la república independiente de su casa junto a Cocomocho, el estrábico con sobrepeso y demás compañeros mártires,
la aplicación del artículo 155 de la Constitución Española hizo que varios de
ellos dieran con sus huesos en la cárcel.
Para
evitarse la prolongación de tan enojosa situación, la citada interfecta declaró
en sede judicial que la proclamación de independencia había sido un acto simbólico (y sintético, le faltó añadir
para completar el chiste), además de comprometerse a ser una buena niña y no
volver a hacerlo más. Tras ese amargo trámite, Carmencita salió en libertad.
Sin
embargo, algo debe haber cambiado en su interior (y en el de otros prohombres y promujeres del colectivo golpista) tras el paso por prisión,
porque declinó asistir a la manifestación separatista por recomendación de sus abogados. Aunque luego se me ha ocurrido
que podría ser para no verse mezclada en esos tejemanejes secesionistas, lo que
inicialmente pensé fue que la recomendación respondía al hecho de que, habiendo
abjurado de sus convicciones a ojos de los más radicales, su presencia en la
concentración podría conllevar peligros para su integridad física.
Tranquila,
Menchu, tranquila. Al fin y al cabo, os habéis cansado de repetir que sois
todos la mar de pacíficos. Ahora va a resultar que bueno, puede que no tanto,
no todos, no siempre…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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