Dice
el adagio que cuando te cruzas con un gallego en una escalera, es imposible
saber si sube o baja. Cuando un gallego se mete en política, todavía es más
difícil saber qué es lo que está diciendo, ya que se juntan dos de las mayores
fuentes de ambigüedad –la política y la esquina nororiental de la península-
que hay en España.
Perfecto
ejemplo de lo que digo es el actual presidente del Gobierno de España, que al
carácter propio de la tierra que le vio nacer une una sorna y una retranca como
no se veían en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo (tras la reforma del
Senado, el traslado del Ayuntamiento de Madrid a Cibeles y demás, hay que
especificar de qué cámara semicircular estamos hablando si no queremos caer en
la imprecisión) desde hace bastante tiempo (lo de Guerra era otra cosa:
sarcasmo puro y duro).
Es
por ello que cuando el registrador en excedencia habla, uno no sabe, no ya si
lo que dice es verdad o mentira, sino si está hablando en serio o en broma. Es
decir, que no te puedes fiar de él. Por eso, cuando consiguió el apoyo de Sin vocales para que el PSOE votara a
favor de la aplicación del artículo 155 de la Constitución tras el golpe de
Estado en Cataluña, don No es no
debería haberse atado bien los machos y haber puesto negro sobre blanco lo
acordado. Como parece que no lo hizo, se ha encontrado que cuando le ha ido a
reclamar al gallego que cumpla lo prometido, el marido de Viri le ha replicado
que sólo se comprometió a hablar sobre la reforma constitucional.
Y,
aunque hablando se entienda la gente, no garantiza que se vaya a llegar a acuerdo
alguno…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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