Cuando
los neocom eran poco más que una
panda de delinquidores acampados en las plazas de algunos ayuntamientos (no me
he puesto a hacer la comprobación, pero me apostaría la paga de un año a que la
mayoría de esos ayuntamientos estaban gobernados por el Partido Popular),
dirigidos por una élite de licenciados con más sectarismo que cultura, se
dotaron de un código pretendidamente ético
que, según ellos, aplicarían a rajatabla cuando (no si) llegaran al poder, y que les diferenciaría de la casta. Porque ellos se preocupaban
por la gente, no por la poltrona.
Las
cosas, naturalmente, no resultaron así. Una vez encaramados a los cargos
públicos, se convirtieron en cargas públicas, imitando, corregidos y aumentados,
los comportamientos que tanto criticaban en sus enemigos políticos: del
nepotismo al despilfarro, de la hipocresía a la desfachatez, de la
arbitrariedad a la doble vara de medir, en todo se mostraron como alumnos
aventajados de esa clase política, antigua y caduca según ellos, que venían a
desplazar. Y bien que la desplazaron (con la ayuda inestimable de esa parte de
la misma que tienen como emblema la mano y el capullo), pero sólo para
colocarse ellos a, como he dicho, hacer lo mismo sólo que más y peor.
Además,
se han dedicado a incumplir ese código que nadie les pidió y que ellos mismos
pregonaron a los cuatro vientos. Singularmente, en el caso de que alguno de sus
cargos electos se viera involucrado en algún procedimiento judicial penal como
la parte susceptible de haber cometido algún delito o falta. Cosa que ya ha
sucedido varias veces, empezando por el líder y descendiendo por toda la
pirámide jerárquica, sin que ni uno solo haya abandonado su cargo… porque eso
supondría renunciar, naturalmente, al sueldo.
Los
últimos, de momento, han sido los dos concejales del ayuntamiento de Madrid, el
eslabón perdido y la tocaya de la heroína infantil hermana de Cuchifritín. Investigados
(es decir, imputados) por los delitos de malversación y prevaricación tras ser desestimados sus recursos, siguen ocupando sus asientos en el hemiciclo
municipal, sin que se les haya pasado por la neurona dimitir, ni a doña Rojelia o a su partido exigirles la
renuncia al acta de concejal.
Como
he dicho esta misma semana en otro foro y a propósito de otro tema (aunque
también en relación con el consistorio de la Villa y Corte), el único comunista
bueno es el que no ha catado poder.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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