Una de las muchas razones por las que no comulgo con la rueda de molino del calentamiento global antropogénico es por la escasa, por no decir nula, coherencia de sus apologetas. Con hincapié en lo de jetas.
El más famoso de todos ellos, el que fuera vicepresidente de Estados
Unidos a finales del siglo pasado, vive en una mansión que consume tanta
electricidad como una ciudad pequeña, y se desplaza a pronunciar sus bien
pagadas conferencias en aviones privados.
Otro que tal baila, el (naturalmente) también demócrata John Kerry, que
es enviado presidencial especial de los Estados Unidos para el clima -cargo
creado hace apenas un año y del que es el primer ocupante-, amenaza con el apocalipsis
climático, para el que ahora quedarían sólo ocho años.
A pesar de lo cual, viaja en reactores privados, porque puede permitírselo;
navega en yates de lujo, porque puede permitírselo; y tiene mansiones en la
playa, porque puede permitírselo. La cuestión es… ¿le servirá de algo su fabuloso
tren de vida, cuando llegue la catástrofe con la que nos amenazan él y sus
conmilitones?
Si es que llega, claro.
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