Poco después del día de Reyes, fui caminando con unos amigos por el monte de El Pardo, y acabamos cerca del cementerio de Mingorrubio. Me preguntaron si quería ver la tumba de Franco y, aunque no tenía un especial interés, accedí.
Lo que vi -la entrada al panteón estaba llena de flores y, en general,
homenajes al que fue Jefe del Estado y Generalísimo de los ejércitos durante
casi cuatro décadas- me confirmó lo que ya pensé cuando el psicópata de La
Moncloa anunció su intención de exhumar los restos mortales del Caudillo del lugar
en el que descansaban desde hacía que falleció: no le iban a quitar la significación
franquista al Valle de los Caídos -eso es imposible, ni aunque derriben la
cruz, expulsen a los benedictinos y dinamiten el complejo hasta los cimientos-,
y a cambio se la iban a dar a su nuevo lugar de reposo… por si El Pardo no
tuviera ya suficiente conexión con Franco. Y, además, da lo mismo lo que hagan en el futuro: si lo trasladan a más lugares, o incluso si destruyen sus restos mortales, sólo estarán creando más santuarios franquistas.
En cuanto al primer error fue, claro está, enterrar a Franco en el Valle de los Caídos: por definición, no podía serlo, puesto que no había caído en la Guerra Civil. Pero, una vez enterrado, mejor haberle dejado allí.
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