Una de mis tesis, en la que parecen coincidir aquellos líderes de la derecha que no se encuentran afectados por el síndrome del maricomplejinismo, es que con la izquierda española no se puede pactar nada. Y con la actual no se debe pactar nada. Nunca. Jamás.
Porque mienten más que hablan,
traicionan más que actúan y son más falsos que un euro de hojalata. En todo,
salvo en una cosa: en su afán congénito, irrefrenable, irreprimible,
insaciable, de detentar el poder, todo el poder, en todas partes y todo el
tiempo.
Por eso, hace un año el chepas
dinamitaba el pacto sobre la renovación del Consejo General del Poder Judicial
y provocaba la ruptura definitiva (nada hay definitivo en este mundo
salvo la muerte, así que…) de la negociación recuperando al juez De Prada,
mientras que la otra parte del dúo Picapiedra, el psicópata de La
Moncloa, llamaba al líder del PP a olvidar los vetos y aceptar los nombres de Rosell y Prada, profesionales de gran valía.
Sí, claro, para poder colocar a quien les salga de los cojones.
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