Los bandoleros de Sierra Morena tiraban de la sorpresa y el trabuco para desvalijar a los pobres viajeros. Los tiempos han avanzado, pero los chorizos siguen siendo eso, chorizos.
Ahora los medios son algo más sofisticados,
pero la esencia permanece. La contratación pública, especialmente en el caso de
las obras, ha sido siempre -al menos en España- un foco de corrupción, en el que
los políticos se dejaban untar (o exigían ellos mismos el pringue)
para adjudicar el contrato a una u otra empresa.
En esto, como en tantas otras conductas
delictivas, los de la mano y el capullo son, no ya peritos, sino doctores summa
cum laude. Porque ahora resulta que en la trama Koldo -a la que
habrá que ir pensando en cambiar el nombre y denominarla como lo que siempre ha
sido y será, es decir, la trama PSOE-, dentro de la cual el número de
obras amañadas se dispara, se exigía a los licitadores ir en UTE con una empresa local, ofrecida por la propia trama.
Esa empresa local -con la que ir en UTE resultaba una condición necesaria para la adjudicación, en palabras de uno de los investigados- era la que al final tomaba el control.
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