Siempre, desde que recuerdo, he estado a favor de la igualdad y en contra de la discriminación. Sin saberlo, y aunque muchos me llamen facha, resulta que soy de lo más igualitario.
Y es que, por mucho que la discriminación le
pongas un adjetivo -por ejemplo, positiva-, no deja de ser discriminación
y, por lo tanto, estarás perjudicando a alguien. En el caso de la antecitada
discriminación positiva, a aquellos que, de no producirse la discriminación,
accederían al lo que sea donde se aplique.
Y eso vale tanto para esa manía de los giliprogres
de incentivar el que las mujeres estudien las llamadas carreras STEM (aquellas
que se enfocan en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) -obviando el
hecho de que, quizá, sea un ámbito que interesa porcentualmente poco a las
mujeres, igual que el corte y confección (perdón por el posible punto de vista
machista) interesa porcentualmente poco a los varones- como el establecer cuotas
para mujeres, para homosexuales o para transexuales.
Si vales, vales; y si no, a la calle.
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