El desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer, sección de la mano y el capullo, es la quintaesencia de lo que ha sido el socialismo patrio desde hace siglo y medio. Es decir, desde sus inicios.
Maleducado. Faltón. Embustero. Sectario. Capaz
de negar a su madre, o de venderla si fuera menester, con tal de seguir
detentando unas migajas de poder. Miserable. Ladrón. Enemigo de España. Lo mejor
de cada casa, vamos.
Y dentro de semejante acopio de joyitas está
Óscar López, el último que el psicópata de la Moncloa ha enviado a Madrid para
que le sirva de muñeco de pim-pam-pum a la obsesión personal del yerno de Sabiniano.
Si se dice que los socialistas no con capaces
de discurrir porque las ideas no se transmiten en el vacío, en el caso de López
es más complicado aún: dado el perímetro craneal del individuo, el volumen que
hay entre sus orejas resulta casi inconmensurable y las sinapsis, literalmente,
se pierden.
Así las cosas, no es extraño que primero
difunda bulos y luego diga que le gusta la verdad aunque a veces sea difícil
defenderla. Tanto debe serlo que él es incapaz de tal hazaña, puesto que a
renglón seguido se lanzó a repetir la mentira al tiempo que decía que él no
repetía mentiras. Acorralado por el entrevistador, acabó pidiendo la supresión
de las responsabilidades in vigilando e in eligiendo.
Naturalmente, para ellos; para los demás seguiría vigente.
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