Cuando Eric Blair publicó su novela 1.984 supongo que la impresión más o menos general fue que se trataba de una sátira (tómese el término con todas las pinzas posibles) sobre el marxismo que se había instaurado en media Europa y parte del extranjero, como suele decirse.
Pocos podrían sospechar, y menos aún desear,
que fuera en realidad un libro tristemente profético, con conceptos que iban
desde el Ministerio de la Verdad hasta la neolengua. Pero el reportero británico
conocía bien a los que habían sido sus compañeros ideológicos (hasta que fue lo
bastante inteligente como para abrir los ojos y abominar de ellos), y acertó de
pleno.
Ahora, tres cuartos de siglo después, el
partido de la mano y el capullo propone regular el uso de la palabra cáncer
para promover un lenguaje responsable y empático.
Vamos a ver, panda de malnacidos: ¿el no decir cáncer va a ayudar algo en la lucha contra esta enfermedad? ¿Va a curar a los que la padecen? ¿O es que no queréis que se os compare con ella, por lo destructivos, parasitarios y mortales que resultáis?
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