Los animalistas (entendiendo por tales a los llamados ecologistas sandía, que son verdes por fuera y rojos por dentro) pueden dividirse en dos grandes grupos: los idiotas y los malvados. De los segundos hablaremos otro día; hoy vamos a ocuparnos de los primeros.
Los animalistas idiotas –elucubro según escribo, poco más o menos- son una especie de rousseaunianos (mira tú por dónde, el corrector ortográfico ha tragado con el palabro…) que creen que los animales son una especie de seres puros que, de no entrar en contacto con el ser humano, vivirían en una especie de edén bíblico donde el león pacería con el cordero y todas esas figuras bucólicas.
Los que no estamos tan cegados por esos prejuicios buenistas sabemos, en cambio, que hay animales que, de cruzarse con un ser humano, le atacarán porque sienten su mera presencia como una agresión. Tanto más aquellas especies o razas que se crían con un propósito específico, cual son los toros de lidia.
Ocurrió así en Carcassonne hace cosa de un mes, cuando un antitaurino saltó al ruedo. El toro –un miura, nada menos-, fiel a su naturaleza, le embistió, y sólo la intervención del tan denostado (por ellos) matador (no le llamo diestro porque ignoro si sería zurdo) libró al cretino de consencuencias más graves.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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