Se
dice que los presidentes del Gobierno de España, de Suárez para acá, sufren de
lo que se ha llamado el síndrome de La
Moncloa, así llamado por ser este palacio la residencia oficial de la
cabeza del ejecutivo. Consiste este síndrome, por resumir y decirlo lisa y
llanamente, en que se les sube el cargo a la cabeza, se ensoberbecen y ya no
escuchan ni a nada ni a nadie.
Algo
parecido debe ocurrir con el Palacio de la Generalidad, ese edificio que la bruja Piruja verá al otro lado de la
Plaza de San Jaime si mira desde el balcón del Ayuntamiento de la Ciudad
Condal. Al menos, ha ocurrido con los dos últimos ocupantes del mismo, Arturito Menos y Cocomocho.
El
primero se sintió investido de un espíritu entre mesiánico y mosaico, pues se
sentía llamado a llevar a su pueblo (entendiendo por tal aquella parte de los
catalanes que comulgaba con sus ansias secesionistas, aunque sean una minoría)
a la tierra prometida de la
independencia… o, más bien, a expulsar del sacrosanto solar de la barretina a
todos los infieles (y fascistas, sobre todo fascistas) que no pensaran que todo
el mundo mundial que ha sido algo en la Historia planetaria, de Adán para abajo
(y, si se me apura, hasta para arriba), fue catalán, y que si no se sabe es por
una especie de conjura judeomasónica españolista. Poseído como digo por ese
espíritu, se comparó a figuras de la talla de Gandhi o Martin Luther King Jr.,
de las que no llegó a decir que fueran catalanas (pero poco le faltó, estoy
seguro).
El
segundo es más modesto en sus comparaciones y más ambicioso en sus
aspiraciones. Hace cuatro semanas declaró en el Círculo del Liceo que no había
hecho nada en su vida, y que quería pasar a la Historia. Hombre, Carlitos, hay
maneras y maneras de pasar a la Historia. En ella están tanto Jesucristo como
Mahoma, Gandhi como Hitler, y Antonio Ordóñez como Cagancho.
Así
que, yo que tú, me lo pensaba, por si acaso estás a tiempo de rectificar… y te
dejan.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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