La segunda parte de la Trilogía del Baztán sigue, casi milimétricamente, el estilo de la primera. Por una parte, presenta una serie de asesinatos aparentemente inconexos que, finalmente, se revelan como parte de un todo mayor. Además, hasta el final no se descubre quién es el asesino (moral, pero asesino al fin y al cabo), en un nuevo giro al estilo de El club Dumas. Entiéndaseme, no es que la autora te tenga todo el rato mirando en una dirección para que el culpable acabe apareciendo justo por la contraria, sino que amontona detalles, datos y circunstancias que para nada indican quién es ni por qué hace lo que hace, salvo en la última media docena de páginas. Para empezar, ¿por qué su obsesión con la inspectora Salazar?
En cuanto al estilo, Dolores Redondo lo ha pulido un poco, pero sigue chirríandome ese modo de hablar de sus personajes que quizá sea, sí, más realista y menos literario, pero que no acaba de convencerme.
Finalmente, el desenlace deja bastante claro de qué va a ir el último volumen de la trilogía: el tan postergado enfrentamiento definitivo entre la protagonista y los demonios de su infancia (es decir, con su madre).
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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