Normalmente, hoy tocaría
publicar la entrada que saldrá mañana, es decir, una de hace un año. Sin embargo,
y por una vez, la actualidad manda. Y, por una vez, no voy a hablar de la izmierda
-patria o internacional-, ni de los necionanistas o los terroristas. No,
voy a hablar del partido al cual he votado hasta ahora. Que no quiere decir que
no vaya a seguir votándoles, pero tampoco que vaya a seguir haciéndolo.
La actualidad es, claro está,
la noticia del presunto espionaje que la cúpula del PP nacional habría realizado
sobre la persona y el entorno de la presidente del consejo regional de gobierno
de Madrid, y líder de facto del partido en la comunidad. Voy a intentar
no dejarme ningún punto en mi análisis, aunque escribo a vuelatecla.
He oído por ahí que los
trapos sucios se lavan en casa. Quizá en esto sea en lo único que no esté
de acuerdo: tratándose de políticos, y de políticos con responsabilidades y posibilidades
de alcanzar cotas más altas aún, cualquier trapo sucio debe ser lavado a la
vista del público. Esto no son, de ser ciertas las acusaciones contra
Díaz-Ayuso, navajeos de partido: son delitos o, como mínimo, conductas poco
estéticas y absolutamente reprobables. Otra cosa es que alguien, por el simple
hecho de ser familiar de un político de cierta importancia, vea truncadas sus perspectivas
profesionales (algún caso conozco de primera mano en mi entorno laboral inmediato).
El secretario general de
los populares -cuyo mayor logro en la vida parece ser el lanzamiento de
huesos de aceituna- acusó a Díaz-Ayuso de un ataque casi delicitivo,
anunció un expediente informativo y no descartó la expulsión del partido. Pero lo
que calló es que ellos mismos habían acusado a Isabel Díaz-Ayuso de cometer
delitos, o algo muy parecido.
El director de la
agencia de detectives -que resulta ser la misma que en su día se contrató para
espiar a Ignacio González, manda huevos- confirmó que fueron personas vinculadas al PP quienes fueron a contratarle para espiar a Díaz-Ayuso.
Cayetana Álvarez de Toledo,
sin pelos en la lengua como acostumbra, habló de métodos de vertedero
y pide responsabilidades a Casado por el espionaje a Ayuso (posteriormente, pediría
directamente su dimisión). Porque en un país normal, y esto es valoración mía,
si alguien tiene conocimiento de un delito, o sospechas del mismo, lo pone en
conocimiento de la fiscalía (sí, hasta de ésta), para que investigue.
Alberto Núñez Feijoo,
probablemente el único barón territorial con Ayuso que tiene peso específico suficiente,
pidió una explicación precisa sobre la rocambolesca historia del
espionaje a Ayuso.
Y mientras, la afectada
exigía dimisiones y decía que nunca pudo imaginar que Génova iba a actuar de un
modo tan cruel, y que es muy doloroso que dirigentes de tu partido sean los
que quieren destruirte. Vamos a ver, esto es política, y como dijo aquél,
primero están los rivales, luego los enemigos y finalmente los compañeros de partido.
En cuanto a la derivada
municipal -recordemos que Almeida es, además de alcalde de la Villa y
Corte, portavoz nacional del partido-, Almeida desvinculó al Ayuntamiento del
espionaje a Ayuso, pero no destituyó inicialmente a Carromero, el implicado en
el espionaje. Que luego, tras una entrevista con el alcalde, presentaría su dimisión, quizá en un intento de atajar el inciendio.
Pero el incendio tiene
difícil remedio, porque la vicealcaldesa (Villacís, de Ciudadanos) se declaró escandalizada,
y la izquierda cargó en pleno contra la mafia siciliana -lo cual resulta
un pleonasmo- que gobierna Madrid.
Y, por fin, ¿qué pasará?
O Génova dice la verdad, o la dice Ayuso. En el primer caso, Ayuso está
acabada. En el segundo, está acabado el dúo sacapuntas que dirige el
partido y, quizá, el mismo partido. Y los votantes de derechas nos quedamos
casi sin referentes.
Por último, aquí no hace
falta buscar a la mujer, puesto que está bien a la vista, sino preguntarnos a quién beneficia todo esto y, por tanto, quién puede estar detrás.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!