En general, los políticos españoles suelen mirar primero por sí, luego (si acaso) por su partido y, ya muy al final, por España. En esto, como en tantas otras cosas, el comportamiento del psicópata de la Moncloa no supone ninguna novedad, salvo por la intensidad respecto a sus predecesores y la obscenidad de su comportamiento.
Y es tan obvio que atiende únicamente a sus
intereses personales que incluso entre quienes son de su cuerda, o están a
sueldo, cunde el malestar. Es el caso de la televisión pública estatal, cuyos
trabajadores están indignados con el fichaje, pagado con dinero público (ese
que no es que no sea de nadie, es que es de todos) de un gracioso televisivo
que hasta ahora soltaba sus gracietas en el canal de una plataforma de pago (es
decir, le veía quien quería pagar para verle).
Porque la cosa es que, para intentar superar a la competencia, el programa de marras recortará veinte minutos al informativo de las nueve de la noche (el Telediario por antonomasia y por antigüedad). Es decir, y como señala algún sindicato, dejando de ser lo que en esencia debe ser una televisión pública, que es un medio informativo.
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