Cuando alguien remotamente relacionado con un político de derechas consigue algo, lo que sea, la izquierda lo atribuye invariable, indefectiblemente, a esa relación, por lejana o tenue que resulte la misma.
A la viceversa, cuando alguien íntimamente
ligado a un político de izquierdas -un hermano, un padre, un hijo, un cónyuge-
logra algo, lo que sea, para la izquierda se debe única y exclusivamente a la
brillantez del ligado. Cualquiera que ose siquiera insinuar la sombra de
un contubernio, el indicio de un conchabeo, el hálito de una influencia
indebida, será inmediatamente tildado de intoxicador, de fabricante de bulos,
de estar utilizando la máquina del fango… de ser, en resumen, un fascista de la
peor especie (suponiendo que para la izmierda haya especies buenas -o
siquiera menos malas- de fascistas).
¿Que la empresa en la que trabajaba la
acompañante del mozo de maletas de la vicenarcodictadora entró en los concursos conseguidos a dedo? Pura serendipia. ¿Que el negociador de Globalia con la
narcodictadura venezolana monta una consultora con el contacto de quien
comparte cama (presuntamente) con el psicópata de la Moncloa? Simple azar.
Y habrá quien piense mal, y todo…
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