Salvo que me despiste mucho, o me acalore (lo primero viene a ser consecuencia de lo segundo), mi postura en general es no discutir o, como diría una amiga mía, no porfiar. Y ello no es porque considere que esté en posesión de la razón, aunque en general suela ser así… que lo considere, quiero decir, no que esté en posesión de la razón o, al menos, que la parte contraria lo admita.
No, es porque hace tiempo que decidí no
malgastar un esfuerzo inútil. En una controversia, es difícil que la parte
contraria vaya a convencerme de sus postulados y me haga cambiar de opinión. A la
recíproca, es bastante improbable que yo logre convencerla de mi punto de
vista, o incluso que lleguemos a un término medio (soy bastante mal negociador).
Por lo tanto, ¿por qué malgastar tiempo y energías en algo que no va a producir
ningún beneficio?
La vida es muy corta como para andar perdiéndola en diatribas inútiles. Cosa distinta es que, por el simple gusto de tocar las narices, me dedique a llevar la contraria, pero eso lo hago, como quien dice, en modo automático y sin gastar un ergio de energía.
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