Como no paro de repetir, dijo don Manuel Fraga Iribarne que un socialista es alguien capaz de afirmar una cosa y la contraria. En esto, como en tantas otras cosas, el psicópata de la Moncloa no supone una novedad, sino un más de lo mismo, una versión corregida y aumentada de lo de siempre.
Sin embargo, ha elevado sus cambios de
opinión casi a la categoría de arte. Ya no es que se contradizca a
sí mismo, es que es capaz de hacerlo en el curso de un solo viaje (no ha
llegado a hacerlo dentro de un mismo discurso, pero todo se andará).
En su último periplo por África, dijo primero
que España necesitaba un cuarto de millón de inmigrantes (creo que dijo al
año) para mantener la economía en marcha (no añadió que serían inmigrantes
musulmanes, y por lo tanto machistas y profundamente intolerantes con otras
religiones y reacios a adaptarse al modo de vida de su país de acogida). Poco después
se manifestó como el más acérrimo defensor de la expulsión de los inmigrantes ilegales
(en la práctica, la inmensa mayoría de los que atraviesan nuestras fronteras).
¿A qué se debió ese viraje? Por lo visto, a informes que indicaban el rechazo de sus bases a su llamamiento a más inmigrantes. Que una cosa es soportar al desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer con tal de que no gobierne la derecha, y otra muy distinta que pongamos un puente de plata al invasor.
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