Los marxistas, de los barbudos fundadores de la doctrina hasta el último de los presentes, postulan unos axiomas tan alejados de la realidad que los resultados que consiguen son diametralmente opuestos a los pretendidos: la reforma económica de Lenin abocó a la ruina a la neonata Unión Soviética, las teorías de Lysenko arruinaron la feraz agricultura eslava, el gran salto adelante de Mao fue más bien el retroceder varios pasos, y así sucesiva e inevitablemente.
En esto, los españoles no son diferentes. Medida
que aplican, medida que destroza la economía, trátese de regular el precio de
los alquileres, el ingreso mínimo vital o la regulación de las empleadas de
hogar.
La tucán de Fene acaba de promover una norma
que añade todavía más trabas burocráticas a este último sector, haciendo obligatorias
insensateces -porque tienen sentido en una empresa, pero no en un domicilio
particular- tales como una evaluación del lugar de trabajo, la entrega de los EPIs
y los mecanismos que necesitan para poder trabajar, derecho a la formación, derecho
a los reconocimientos médicos (que en las empresas ofrecen las mutuas) y la
elaboración de un plan antiacoso para prevenir la violencia en el hogar en el
que trabajen. A mayor abundamiento, se proclaman feministas, pero al decir sólo
empleadas del hogar asumen que ese sector está integrado únicamente por
mujeres.
¿Consecuencia de semejante dislate? Que caen las contrataciones y aumentan los trabajos en negro. Pero eso, a los marxistas apoltronados, les da lo mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario