Hay pocos casos en democracia (no cuentan las dictaduras)en que, cuando un político es descabalgado de una posición de poder (y no cuando la abandona voluntariamente), intente regresar a ella y tenga éxito.
Como casos más llamativos se me ocurren, en
el lado digno, el de Churchill, y en el menos digno, el de Trump o el de Perón. Y luego,
claro está, tenemos el caso del psicópata de la Moncloa, que logró encaramarse
a la cúspide del partido de la mano y el capullo y fue defenestrado cuando su
posición radical e intolerante llevó al partido a sus peores resultados
históricos (es un récord que, la verdad, ansío que sea pulverizado).
Pero fue aterrizar en la calle y empezar a
maquinar para volver a donde estuvo. Rodeado de gente con tan pocos escrúpulos
como él, logró lo que nadie creyó que lograría. En parte, porque su red de
espionaje frustró una operación contra él que iba a tumbar a todo su grupo en las primarias.
De aquellos polvos vienen estos lodos.
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