Hay una película de hará unos setenta u ochenta años, con Fernando Fernán Gómez, basada a su vez en una obra de teatro de finales del XIX (creo), llamada Sublime decisión, que refleja perfectamente la situación de las cesantías: cuando un partido llegaba al poder, quitaba a todos los que estaban -que eran, naturalmente, del partido contrario- y colocaba a los propios.
Para evitar eso se instauró, supongo, el
sistema de acceso a la función pública mediante las oposiciones, un método
razonablemente objetivo -siempre hay cancha para los enchufes- que primaba los
principios de mérito y capacidad: entraban los mejores (aunque fueran los
mejores estudiando, nada más), no los más serviles.
Como he dicho varias veces, el marxismo nació
a mitad del siglo XIX, y ahí sigue (como su gran aliado, el Islam, que sigue
anclado en el siglo VII en que lo inventó el pedófilo pastor de camellos, de
cabras o de lo que fuera). Por eso, no es de extrañar que el desgobierno
socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer, con el ninistro López
como cabezón de proa, se haya sacado de la manga una propuesta de modelo contra la que han cargado funcionarios e inspectores.
Y luego, los de la mano y el capullo llaman retrógrados
a los de derechas… ¡si los que no paran de volver al pasado son ellos!
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