A riesgo de repetirme más que el ajo, vuelvo a decir que la gran esperanza para detener y malbaratar el rumbo autocrático -llamarlo deriva sería concederle el beneficio de la duda- que hace tiempo emprendió el psicópata de la Moncloa se encuentra en el poder judicial.
Porque este poder es el único que todavía no
controla -el Partido Popular tiene mayoría absoluta en el Senado pero, dado el papel
cuasi residual que el ordenamiento jurídico español otorga a la llamada cámara
alta, poco puede hacer-, el que le está presentando una mayor oposición y contra
el que se dirigen todos sus afanes de acoso y derribo (bueno, los que sobran después
de atacar a Isabel Díaz-Ayuso).
Y, de momento, van fracasando. Hace dos
semanas y media saltó la noticia de que las candidatas del desgobierno
socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer a la presidencia de las
salas de lo Penal y de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo
habían presentado su renuncia. Desgraciadamente, es pan para hoy y hambre para
mañana, porque en un par de años los candidatos con más posibilidades de ser
elegidos se tendrán que jubilar, y habrá que volver a votar.
Con suerte, para entonces los votos ya habrán botado al psicópata.
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