martes, 19 de septiembre de 2017

Más vale tarde que nunca

Los recién llegados a los puestos de responsabilidad política adolecen de un infantilismo letal. Desgraciadamente, la letalidad no repercute sobre ellos, sino sobre aquellos que tienen la desgracia de padecer su (des) gobierno.
Tomemos el caso de la (llamada) ciudad condal (lo que me lleva a pensar: si Catetonia hubiera sido en algún momento un reino, como no se cansan de repetir los necionanistas, ¿no debería llevar su capital en su denominación algo que lo demostrara? Madrid, por ejemplo, es villa y corte). Padeciendo la desgracia de una alcaldesa cuyos conocidos parecen más aficionados a mear en la calle o proferir padrenuestros blasfemos que a hacer algo que contribuya realmente a elevar el nivel de vida de los barceloneses, en una especie de prurito de independencia de criterio mal entendido desoyó las recomendaciones de las fuerzas policiales de España (del Estado, que dirían ellos) y no colocó bolardos en las vías públicas que pudieran dificultar (impedir es a menudo imposible, pues el mal siempre suele ir al menos un paso por delante de aquellos a los que busca perjudicar) lo que finalmente acabó ocurriendo: el atentado islamista.
Al menos, ha escarmentado (de la desgracia ajena) y, tras las muertes y las risitas en las concentraciones, finalmente accedió a poner bolardos y aumentar la presencia policial. Magro consuelo para los familiares de los asesinados…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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