Antes
del golpe de Estado, los secesionistas catalanes prometían el oro y el moro
(más el oro que el moro, que este último, al fin y al cabo, ya lo tenían
instalado dentro) para cuando la independencia se consumase. Como tantas otras
cosas, la realidad se ha encargado de demostrar que, o bien estaban muy
equivocados, o bien mentían como los bellacos que son.
El
hecho es que, tras el me voy pero me
quedo inicial, la región perdió en apenas dos semanas tantas empresas como en los peores años de la crisis. Mientras, el encargado del ramo, el estrábico
con sobrepeso, alardeaba de que la cosa no tenía importancia porque aún
quedaban miles de empresas que no se habían marchado (aún, añado yo). Es un
modo de verlo. Los que tenemos los dos ojos como Dios manda podríamos decirle
que las que se han ido suponen una parte muy importante del tejido industrial y
económico de la región; o podríamos decirle que las empresas que no se han ido
son, probablemente, las que, por ser pequeñas y tener un mercado muy
localizado, no pueden irse porque, si se van, a donde van es directamente a la
mierda.
Cuando
el separatismo más radical llamó a sus seguidores a vaciar sus cuentas bancarias para provocar un corralito, los únicos que hicieron caso fueron los
más fanatizados, esos que saben tanto de economía como de pedagogía o de lo que
las grandes superficies denominan higiene
mensual (femenina, claro). Hasta los jubilados –más sabe el diablo por
viejo que por diablo- huyen de la Cataluña unilateralmente declarada
independiente como de la peste: las reservas de los viajes del Imserso han
caído a la mitad si el destino es Cataluña.
Qué
tiempos aquellos en que, para los catalanes, la pela era la pela… Hasta eso les ha quitado el secesionismo.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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