Casi
un mes después de perpetrado el golpe de Estado en Cataluña (o rematado, habría
que decir, puesto que el golpe de Estado lleva perpetrándose a cámara lenta
desde hace años, si no décadas), parece que hoy, por fin, el Estado reaccionará
al golpe (lo sé, no es un juego de palabras demasiado refinado, pero es lo que
hay).
Y
digo parece porque, durante este mes,
el Gobierno no ha hecho más que dar ocasiones a los golpistas, personalizados (que
no encabezados, porque quienes están realmente al timón son, o eran, el
estrábico con sobrepeso y los Clicks
Unidos de Playmobil) en Cocomocho,
de rectificar y evitar el más que merecido castigo.
Hace
diez días, el presidente del Gobierno de España dio más tiempo al del consejo
de gobierno regional de Cataluña y declaró que suspendería la aplicación del artículo ciento cincuenta y cinco de la Constitución si el máximo representante
del Estado en Cataluña convocaba elecciones antes del día de hoy. A la
viceversa, el del corte de pelo imposible sopesó convocar elecciones constituyentes si Rajoy abortaba la
aplicación del precepto constitucional (es decir, si, en esta especie de juego
de la gallina, España reculaba).
A
todo esto, corrieron rumores de unas negociaciones bajo mano, por las que el
gobierno regional catalán retendría Enseñanza y policía regional si convocaba
unos comicios tras proclamar la república. Algo que, de ser cierto, supondría
algo así como aceptar en una guerra la rendición de un ejército enemigo, pero
permitiéndole conservar armas y municiones (o aparato de propaganda, para ser
más ajustados a la realidad).
Y
mientras, el frente golpista se dividió ante el gambito estatal: convocar
elecciones o proclamar la república para
resistir. Lo malo es que, en esa resistencia, se están llevando por delante
el tejido económico de la región…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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