Los
antidemócratas son gente que, en general, adolece de una epidermis
extremadamente fina o, dicho de otra manera, demuestran una exacerbada
sensibilidad cutánea cuando se les aplica a ellos la misma medicina que ellos
defendían aplicar a los demás.
Es
lo que ha ocurrido recientemente con dos políticos, una neocom valenciana y un golpista catalán. Y, en ambos casos, ha
habido otro denominador común: la banda sonora.
En
el caso de Mónica Oltra, un grupo de apenas un par de docenas de personas se
reunieron frente a su casa, enmascarados y con un megáfono. La valoración de la
neocom estuvo lejos de considerarlo
un jarabe democrático o un saludable ejercicio de la libertad de
expresión, que es como los calificaban los de su cuerda cuando los acosados
eran los de la opuesta. Por el contrario, se quejó de que estos fascistas (es que no se les cae la palabrita de la boca) creen
ser los dueños de la calle y que el
mensaje que le trasladaron estaba bien
claro: sabemos dónde vives y dónde vive tu familia. Se ve que los políticos
de derechas deben tener una epidermis más resistente, o ser más lerdos
entendiendo mensajes trasladados,
porque todos los neocom, de la bruja Piruja a doña Rojelia, los defendían e incluso algunos los practicaban en la
puerta de los domicilios de alcaldes, ministros y hasta vicepresidentas del
Gobierno.
El
caso del golpista catalán (uno de los Jorges)
es más gracioso. Resulta que el líder de la sedicente asamblea sediciosa ha pedido el cambio de módulo por los gritos de otro preso. El grito del penado
(sí que es condena tener que compartir módulo con ejemplares del pelaje de los
golpistas catalanes) coincidió con los cánticos que entonaban, por lo visto,
los del grupo de Valencia.
¿Qué
cuál era la canción? Que viva España,
de Manolo Escobar.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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