martes, 31 de octubre de 2017

Juegos funerarios

Como dije al comentar El muchacho persa, esta novela sobre Alejandro Magno tiene de original que el conquistador macedonio muere, como quien dice, a los cinco minutos de comenzar. El resto de la novela consiste en la narración de lo ocurrido en la docena de años que siguieron a su fallecimiento, con las luchas por hacerse con el poder en los territorios conquistados.
El primer detalle que quiero comentar es que, tras leer el volumen central de la trilogía narrado en primera persona, el hecho de volver a la técnica del narrador exterior a la acción produce el efecto de que el cámara de la segunda novela le pasa los trastos a otra persona y se convierte en un personaje más… para, también él, desaparecer casi enseguida.
En segundo lugar, dado que la obra fue escrita poco antes de la muerte de la autora, queda la duda de si el ciclo estaba planeado originalmente como una trilogía o, en cambio, Mary Renault decidió rematar lo que era una duología con un reflejo de las luchas de los diádocos.
Lo que nos lleva al tercer punto: la figura de Alejandro Magno proyectó (a pesar de ser más bien bajito) una sombra tan alargada que ninguno de sus generales fue capaz siquiera de estar a la altura de sus responsabilidades una vez muerto el conquistador. Quizá Ptolomeo, precisamente por no aspirar a sucederle en su totalidad, sino simplemente a conservar su parcela de poder en Egipto, sea el que más se aproxime a dar la talla.
Finalmente, en esta obra no hay un héroe claro, pero sí un villano nítido (Casandro) y una figura trágica, el hermanastro de Alejandro, Filipo Arrideo. Si a Alejandro el mundo se le quedó pequeño, a Filipo IV el trono le venía grande (no queda claro si era epiléptico simplemente o tenía algún tipo de retraso mental, aunque parece haber algo de lo segundo) y fue un juguete en manos de quienes quisieron utilizarlo (casi todos).
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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