Desprecio
a mucho del mundillo artístico
español, no por estúpidos, sino por jetas. Suelo describirles como esa gente
que, proclamándose de izquierdas, viven como nos gustaría vivir a los de
derechas. A los que me preguntan si alguien de izquierdas no puede tener
derecho a enriquecerse, a vivir bien y todas esas cosas, le digo que sí, que
naturalmente tienen todo el derecho del mundo, pero que a lo que no tienen
derecho es a, además, proclamarse de izquierdas.
¿Y
por qué, me dirían? Digo me dirían
porque en general no me lo dicen, sino que la conversación suele acabarse en el
punto y aparte anterior. Pues porque la izquierda preconiza la distribución de
la riqueza, se supone que por igual; y, aunque –como me dicen mis
interlocutores- esos retroprogres
puedan contribuir, a la chita callando, a esa distribución, no percibo que
ellos se hagan más pobres ni siquiera una miaja, así que…
Viene
toda esta introducción –que, la verdad, no tiene mucho que ver con el tema de
la entrada, pero me apetecía soltar el rollo- a cuento de que hoy me voy a
referir a esa especie de trasunto hispano de Robert Allen Zimmerman: buen
letrista, mediocre instrumentista y menos que buen cantante. Naturalmente,
estoy hablando de Joaquín Sabina.
Cuando
alguien escribe todo lo que el ubetense ha escrito (por cantidad y por calidad;
no digo que todo sea alta literatura, pero tampoco es la obra de un simple
juntaletras), debe tener algo entre oreja y oreja; algo que ni siquiera la vida
de crápula que ha llevado hasta que el cuerpo le dijo basta ha podido eliminar. Sólo era cuestión de tiempo, pues, que se
dejase de sandeces y dijera las cosas tal y como son.
¿Y
qué ha dicho? Pues la verdad: que lo que está pasando no es Cataluña contra España, sino Cataluña contra Cataluña.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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