No
recuerdo ahora quién dijo, si es que alguna vez lo supe, de que entre un
malvado y un tonto es siempre preferible el primero, porque los segundos nunca
descansan. Lo malo es cuando al frente de un país se encuentra una mezcla letal
de malvados y necios.
Porque
malvado es quien, diciendo perseguir el objetivo de salvar al país, cierra acuerdos con partidos que pretenden destruir España. Con tal de salvar la cara (¿ante
quién? ¿para qué?) y no perder una votación parlamentaria, son capaces de rectificar
sus propias afirmaciones tajantes -aunque esa capacidad se encuentra en la
genética izquierdista- y configurar un estado de alarma a la carta, o
casi, que se podrá levantar por territorios. Pincho de tortilla y caña, que
diría Luis Herrero, a quien acierte qué dos territorios estarán entre
los primeros.
Porque
estúpido es quien dice -aunque sobre la estulticia de la indocta doctora ya
teníamos muestras más que sobradas- que una de las razones de la virulencia de
la pandemia en unos países más que en otros es que Nueva York, Madrid, Teherán y Pekín están en línea recta (queriendo decir que están en la misma
latitud). Dejando aparte que eso no implica nada, no es lo mismo estar a
cuarenta grados (o treinta y cinco, en el caso de la capital persa) en mitad de
un continente (como Pekín o Teherán) que a seiscientos kilómetros del mar (como
Madrid) o en la misma costa (como la Gran manzana).
Por
otra parte, esto contradice la propia doctrina del consejo de ninistros,
que consideraba que la variable geográfica determinante era la longitud, no la
latitud, y que por eso Portugal -Lisboa está apenas grado y medio más al Sur
que Madrid- ha sufrido menos la pandemia, porque estaba más al Oeste (pues
anda, que Nueva York…). ¿En qué quedamos?
Por
ello, y por mucho más…
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