Hay
veces en que uno, por aquello de no repetirse, ya no sabe cómo enfocar el
diario artículo sobre el tema. Pero bueno, es una tarea -auto impuesta- que hay
que cumplir, así que allá vamos.
El
desgobierno que padecemos yerra. Yerra cuando actúa, y con frecuencia -al menos
en mi opinión, claro está- yerra cuando rectifica. Y cuando acierta, suele
serlo por las razones equivocadas, o con métodos incorrectos.
Una
cosa sí que hay que reconocerles: su absoluta desfachatez. Su faz no es que sea
de hormigón armado, ni siquiera granítica: es, más bien, adamantina, tal es su
dureza. Al comienzo de la pandemia, cuando las concentraciones no estaban
prohibidas, las mascarillas no eran obligatorias. Ahora, en cambio, serán
obligatorias (aunque, en cualquier caso, que se las pague el que pueda).
¿Y
cuál ha sido la razón de este cambio de parecer? No la salud de los españoles,
ni los consejos de los expertos o de los científicos. No: según
confesión de parte, si antes no eran obligatorias era, lisa y llanamente,
porque no había. No vamos a entrar ahora, desde luego, en la desastrosa gestión
que hizo que se adquirieran mascarillas tarde, mal, poco, defectuosas y a
empresas fraudulentas.
Por
ello, y por mucho más…
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