En
la mayor parte de España, al menos hasta hace poco, al PP sólo le valía para gobernar
la mayoría absoluta. Caso de no alcanzarla, se organizaba un todos contra
uno que, conglomerados multipartidistas mediante, apartaban del poder a la
formación más votada.
Ahora
que a derecha e izquierda del PP tenemos, respectivamente, a Vox y Ciudadanos,
hay más juego de alianzas en la derecha. Sin embargo, hay localidades en las
que esas dos formaciones, más recientes, no obtienen representación. A pesar de
obtener mayorías (minoritarias) progresivamente crecientes, eso no bastaba.
Sin
embargo, hay algo que sí favorece al PP y que, a veces provoca la sorpresa. Ese
algo es que lo único que amalgama las heterogéneas uniones era,
precisamente, el odio al PP, lo único superior al odio que los partícipes en
esa unión se tienen entre sí. Casi siempre, porque, como digo, a veces se da la
sopresa, como hace dos semanas en Badalona. Dimitido el alcalde por conducir
borracho, saltarse el confinamiento y desaires a las fuerzas del orden (que un
catalán emplee el tan hispano usted no sabe con quién está hablando…
¿dónde iremos a parar?), parecía que socialistas y golpistas varios llegarían a
un acuerdo para repartirse la poltrona municipal a partes iguales (año y medio
cada uno) hasta las próximas elecciones municipales. Sin embargo, una de las
formaciones -no recuerdo cuál, y la verdad sea dicha, no se me da un ardite-
exigió a última hora un reparto proporcional a la representación de cada
formación (dos años contra uno), la otra dijo que nones...
…y
el resultado fue que Javier García Albiol recuperó el bastón de primer edil de
la cuarta ciudad más poblada de Cataluña. Visto como reaccionaron las turbas
golpistas (mal, claro), no cabe sino congraturlarse.
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