Cuando,
hace casi dos semanas, saltó la noticia de que Julio Anguita había sido
ingresado de urgencia por un grave problema cardíaco, me temí lo peor, y lo
verbalicé escribiendo en mis notas que en ese más allá en el que probablemente
no crea se reencontrará con su hijo, al que indudablemente tanto echaba de
menos y cuya muerte en Irak acabó de desquiciarle.
Mis
presagios se confirmaron, y una semana después la noticia era que el histórico
dirigente comunista había fallecido. Y señalo lo de comunista porque,
aunque en lo personal Anguita fuera una persona honesta y decente que salió de
la política tan pobre -sobre poco más o menos- como entró en ella, no conviene
olvidar la ideología que profesaba, a la que era leal y la que defendió toda su
vida: la más criminal, asesina y ladrona de la Historia de la humanidad, y sin
ninguna duda del siglo XX. Al fin y al cabo, el muy denostado (con razón)
Hitler era vegetariano, amaba a los animales y era cortés con las mujeres, lo
que no le impidió ser, para muchos, la encarnación de lo peor del ser humano.
Eso,
por no hablar de que en las concentraciones por su entierro se obviaron todas
las reglas de distancia del estado de alarma, y nadie (del desgobierno, se
entiende) dijo ni palabra. Qué bien lo retrató Orwell, hace casi tres cuartos
de siglo…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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