Durante
la transición, Manuel Fraga Iribarne dijo aquello de que la calle es mía.
Desde entonces, ha sido la izquierda la que ha considerado la calle como de su
exclusiva propiedad, ya sea para organizar manifestaciones, ocupar espacios
públicos semanas y semanas o, en general, hacer lo que se saliera de los
dídimos (o de los ovarios, según los casos).
Sin
embargo, en los últimos tiempos -aunque de modo intermitente-, la derecha se
está atreviendo cada vez más a manifestarse, a expresar su opinión, su malestar
o su desprecio por la izquierda o sus dirigentes. Desde los silbidos a los presidentes
de gobierno socialistas en los desfiles del día de la Hispanidad hasta las
caceroladas contra el dúo Picapiedra, la izmierda quizá a empezado a
percibir que están perdiendo ese dominio que detentaban; pero, y eso hay que
reconocérselo, no lo hacen sin pelear, y mantienen sus resabios totalitarios: si
a un pastelero se le ocurre vender tartas con la bandera de España, un crespón
negro y la leyenda Sánchez vete ya, son los fascistas (recordemos que
tanto fascistas como nazis eran de izquierdas… cosa que los de izquierdas,
comprensiblemente molestos, niegan con vehemencia) intolerantes los que le
tildan de facha e incitan al odio y al boicot contra el pastelero.
Resultado:
las tartas retiradas, y los totalitarios felices.
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