Muchos,
en las filas de la izquierda pero también en las de los maricomplejines de la
derecha, hacen llamadas al consenso, a la unidad y a la concordia, y echan la
culpa de que tales cosas no tengan lugar precisamente a la derecha.
Son
esos mismos los que, hace cien días y cuarenta mil muertos -que se dice pronto:
cuatrocientos muertos al día, dieciséis a la hora, uno cada cuatro minutos-
decían que no era el momento de criticar al Gobierno, o que te (me) llamaban
idiota, estúpido y cretino en una misma frase por compartir una imagen en la
que se acusaba a la izquierda de anteponer su ideología a nuestras vidas
(confieso que pocas veces me he sentido más satisfecho con la reacción
suscitada por una acción mía).
Pero
es que resulta difícil llegar a acuerdos con quien -suponiendo que
verdaderamente persiga llegar a acuerdos, que eso es harina de otro costal- te
insulta día sí y día también, miente como un bellaco señalando a Madrid como responsable
de la gestión de las residencias -ignorando el mando único de su vicepresidente, cuya gestión respalda- y saca pecho de las 5.200 intervenciones
del Ejército, cuando las Fuerzas Armadas habrían hecho lo mismo mandara quien
mandase, puesto que están al servicio de la nación, y no del gobierno.
En
lo único en lo que, a mi juicio, acierta, es en su petición de sacar algunas
lecciones. En realidad, bastaría con que los españoles aprendiéramos, de
una refitolera vez una sola, muy corta, de únicamente siete palabras: en tiempo
de rojos, hambre y piojos.
Por
ello, y por mucho más…
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