Malo
es que, siendo un político, azuces públicamente a las masas para que acosen y
ataquen a aquellos que discrepan de ti: eso lo hacen los terroristas y -sí, la
palabra está aquí bien empleada- los fascistas.
Pero
mucho peor es hacerlo cuando eres miembro del Gobierno del país; y no uno
cualquiera, sino el vicepresidente segundo, y reaccionas a las caceroladas
(apartidistas, en principio) frente a tu casa diciendo lo siguiente:
Yo tengo costumbre de recibir muchos ataques, pero hay mucha gente que no tanto, y el problema es que esto se sabe por dónde empieza, pero no se sabe dónde acaba, y si esto se generaliza, si al final todo el mundo entiende que la manera lógica de protestar es ir a casa de Ayuso, de Abascal, de Casado o de Espinosa de los Monteros, o a casa de periodistas que se convierten en referentes de opinión, entraríamos en una situación muy negativa.
¿Ataques?
Chepas, tú eres un miserable y no tienes ni media hostia. Ni dialéctica, ni de las otras.
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