En
España, la izquierda y los regionalismos secesionistas -curiosamente, en
general encarnados en partidos de la derecha más rancia- tienen bastantes
rasgos en común.
El
primero de ellos es el odio a España, sus símbolos, su historia y sus logros.
El segundo podríamos denominarlo hipocresía, por acusar a los demás de los
defectos de los que adolecen. Y el tercero es una mezcla entre torpeza y
cobardía, que les lleva a lanzar los órdagos más impresionantes para luego,
cuando fracasan -porque suelen fracasar-, recular con el rabo entre las
piernas, al tiempo que echan la culpa a los demás.
Ocurrió
hace más de ochenta años, cuando la izquierda amañó unas elecciones y continuó
con una espiral de violencia en busca confesa de una guerra civil que confiaban
en ganar. Perdieron en los campos de batalla -en gran parte por su propio
sectarismo y odios intestinos, más que por su inepcia-, pero se las han apañado
para que en los libros de Historia sean los vencedores los que aparezcan como
responsables del conflicto.
Vuelve
ahora la burra al trigo, y el jefe de prensa de la policía regional catalana
aboga por una guerra civil para lograr la independencia. Cuando pierdan, la
culpa volverá a ser de España, Madrid y la conjura abyecta contra la indudable
superioridad de la raza catetonia.
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