El
tercer volumen de la saga de Máquinas mortales reafirma mi impresión
tras leer el segundo libro: para ser una serie juvenil -aunque ese
calificativo se suele dar a cualquier producto cultural (música, cine,
literatura…) en la que los protagonistas (vale, en el caso de la música, los
intérpretes) son adolescentes, por más que los temas que traten sean adultos-,
el nivel de la misma es notable.
No
es sólo que los personajes evolucionen -bastante más que los de la coetánea
saga de Harry Potter, a mi entender-, sino que el autor plantea cuestiones
de lo más variadas, desde la lealtad o la piedad a si el fin justifica los medios.
Por
otra parte, si tanto la primera como la segunda parte tenían finales, aunque
abiertos, lo suficientemente concluyentes (por así decirlo), el de esta
tercera pide a gritos un cuarto (y último) volumen.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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