Ni siquiera yo osaría sostener que Donald Trump se encuentra entre los mejores presidentes de Estados Unidos. Tampoco voy a decir que se encuentra entre los peores, ya que -entre los que yo he vivido- hay al menos dos que le superan y por mucho: Jimmy Carter y Bobama.
Probablemente
por ser un outsider de la política -y quizá también por su forma de
ser-, Trump ha sido, antes de su mandato, durante el mismo y una vez
finalizado, políticamente incorrecto. Pero, aplicando esa piedra de toque casi
infalible que es la doctrina Mafalda, algo debía estar haciendo bien
cuando ha puesto de los nervios a gran parte del giliprogrerío mundial,
incluyendo el de su propio país.
Tan de
los nervios estaban que tiene el récord de haber sido el presidente que más
procesos de impeachment ha sufrido -dos-, y eso que sólo ha tenido un
mandato. Respecto al segundo, recientemente sustanciado -a su favor, aunque
dadas las mayorías que se requieren es muy complicado que un procedimiento de
este tipo salga adelante-, ha tenido lugar cuando Trump ya había abandonado el
Despacho Oval -y la rosaleda, la Casa Blanca y hasta Washington D.C.-, lo que
ha llevado a sus abogados a señalar que era un juicio político
inconstitucional, debido a que no se puede destituir de su cargo a un
expresidente.
Precisamente
por ello, resulta bastante verosímil que el verdadero objetivo de la acusación
era otro. En efecto, si el Senado lo condenaba no podría volver jamás a
presentarse como candidato en las elecciones; hace no demasiado, plantear que
un (casi) octogenario optara a la presidencia parecería un desatino, pero los
tiempos cambian (no hay más que ver al sucesor de Trump, aunque parezca estar
más p’allá que p’acá, y desde hace tiempo).
Los
letrados de Trump exhibieron en el juicio exhibiendo varios vídeos en los que
aparecían los demócratas en infinidad de ocasiones pidiendo a sus seguidores luchar
y luchar como el infierno, tal y como hiciera el expresidente
republicano. En las secuencias se veía a la vicepresidente Kamala Harris
pronunciando la misma metáfora política en repetidos mítines, llegando a
contabilizarse dicha expresión hasta setenta veces.
En otro
vídeo, Nancy Pelosy (otra que debería estar en su casa tomando sopitas) se
preguntaba públicamente por qué no había más levantamientos en todo el país,
para después añadir que probablemente los habrá. Otra demócrata
claramente se quejaba de que se necesitaban más disturbios, en relación
a las revueltas de BLM y Antifa. La defensa de Trump expuso que los demócratas
sí que son culpables de usar una retórica basada en la instigación del odio y
no su cliente.
Pero ya se sabe que cuando la izquierda recurre a la violencia, retórica o efectivamente, es porque lo consideran justificado. Tanto como injustificado en los demás.
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