Los políticos españoles de la derecha actual no son ni mejores ni peores -en el sentido objetivo de estar más o menos cualificados- que los de izquierdas, pero tienen demasiados escrúpulos, demasiados complejos, demasiado temor al qué dirán (qué dirán los de izquierdas, se entiende).
Los políticos
de izquierdas, en cambio, siempre han carecido de vergüenza, de pudor y de
escrúpulos. Histórica y actualmente. Cuando, a mediados de los noventa, la
corrupción intrínseca del felipato y de década y media en el poder ya
hedía, decían, con la cara muy seria, que se trataba de casos aislados,
no de una corrupción sistémica. En Andalucía se han tirado cuatro décadas,
tienen a dos presidentes regionales -que, además, fueron presidentes del
partido, lo que puede interpretarse, bien como un mal ojo clínico de quienes
les colocaron ahí, bien como la demostración palmaria de que PSOE y corrupción
son cosas intrínsecamente unidas- condenados, se han gastado en putas y drogas
dinero como para asar a una vaca… y ahí siguen, presumiendo de ciento y pico
años de honradez.
Por mucho
menos, en el PP se convoca una convención nacional, se anuncia el abandono de la sede de Génova -a los suciatas ni se les ha pasado por la sesera el
abandonar la sede de Ferraz- y se empecinan en esa estrategia suicida que consiste
en demonizar a Vox, un partido que no cuestiona la constitución y que está nutrido
de gente que ha abandonado el PP -me refiero a los votantes- por ser demasiado
blandos, demasiado complacientes con la izquierda.
Así las cosas, no puede ser más atinado el veredicto de Cayetana Álvarez de Toledo al señalar que ha quedado acreditada la incapacidad de Casado para reconstruir el constitucionalismo.
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