Hace dos semanas y medias, con la excusa de la entrada de Pablo Rivadulla Duró, los terroristas callejeros de ultraizquierda organizaron disturbios tanto en Cataluña como en Madrid.
Y digo
excusa porque el que se cumpliera la sentencia no fue más que eso, un pretexto
para hacer lo que más les gusta a los ultraizquierdistas, que es vivir a costa
del prójimo. Porque mucha barricada, mucho contenedor incendiado y mucha
consigna, pero a las primeras de cambio los sedicentes defensores de la
libertad de expresión se metían en las tiendas de las que habían reventado los
escaparates y arramblaban con todo lo que pillaban (algo que tienen en común con,
por ejemplo, los manifestantes que utilizaron como excusa la muerte de George
Floyd).
Utilizando
esa libertad de expresión que tanto dicen respetar, señalaré que ese saco de
mierda con forma (vagamente) humana que es el portavoz neocom en el
Congreso de los Diputados aplaudió los desmanes, aunque posteriormente tuviera
el cuajo de decir que nadie podría estar a favor de los mismos. Sus conmilitones
se negaron a aprobar una declaración de condena a los disturbios, lo que deja
bien a las claras de parte de quién están.
Mientras, el delincuente encarcelado, acostumbrado a la buena vida, quería una celda individual y se negaba a colaborar en las tareas de limpieza de la cárcel, mientras el cardenal de Barcelona, en una nueva muestra del desvarío del alto clero católico en la región, atribuyó el terrorismo callejero a la injusticia social.
No hay comentarios:
Publicar un comentario