En plena crisis de la pandemia de la Covid-19 -seguimos metidos dentro de esa crisis, y lo que te rondaré, morena; quiero decir cuando la gente caía como chinches, incluso ateniéndonos nada más que a las estadísticas del desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer-, la indocta egabrense soltó una teoría a la que, siendo suaves, podríamos calificar de pintoresca.
Según la susodicha, la
razón de que en Nueva York, Madrid, Teherán y Pekín se hubiera dado con
especial virulencia el problema de la pandemia era que están casi en línea
recta, no exactamente pero en línea recta, en horizontal. Interesante, de
no ser porque Lisboa estaba -y ahí sigue- aproximadamente a la misma altura,
y por entonces la incidencia era mucho menor.
Ahora ha sido el bigotudo
minorista de anchoas que preside la comunidad autónoma cuya capital es
Santander el que se descuelga con otra parecida. Resulta que es el viento el
que trae el virus (Sars-Cov-2) y como el nordeste viene de Europa, que es una
zona más poblada que los vientos que vienen del Atlántico, que tienen que pasar
por el mar.
Por esa razón, habría más
casos en las zonas cuyo viento viene de zonas muy pobladas, porque cuando
pega fuerte en Cataluña y en Euskadi yo a los 15 días tengo el mismo porcentaje.
O sea, que no es sólo que
el virus sepa leer los mapas sino, que además, se traslada en alas del viento
-ese al que, según el bobo solemne, pertenece la tierra-, aunque a una
velocidad bastante moderada. Porque para tardar dos semanas entre Barcelona -no
digamos ya San Sebastián o Bilbao- hay que ir verdaderamente despacio.
Por ello, y por mucho más…
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