Este fin de semana pasado oí en la radio una tertulia -no recuerdo exactamente la cadena, pero apostaría a que era una en concreto, una que cualquiera que siga este blog y sume dos y dos será capaz de deducir- en la que se echaba gran parte de la culpa de la situación actual en Cataluña a la franquicia regional de los de la mano y el capullo.
Otro contertulio señaló que el
Partido Popular en general, y José María Aznar en particular, también tenían su
cuota de responsabilidad. Siendo honestos, hay que estar en lo cierto: los del
charrán hace mucho que renunciaron a hacer una verdadera oposición, con todas
sus consecuencias, al oficialismo catalán. A lo más que han aspirado en las dos
últimas décadas es a mimetizarse, a no hacerse notar demasiado, para que se les
permita abandonar las tinieblas exteriores. Hay excepciones, claro, pero esa ha
sido la tónica general.
Volviendo al tema que nos ocupa
(ya se sabe, en este blog se da caña, sobre todo, a la izquierda), Aznar no fue
más que el continuador de la tolerancia que con el regionalismo catalán (y
vasco) se había tenido desde el gobierno de España durante las dos décadas
anteriores. No llegó a alcanzar, eso sí, las cotas de ignominia -vale, admito
que el ser de derechas puede sesgar mi discurso- que, antes y después de él,
alcanzaría la izquierda española.
Cómo serán las cosas que cuando los ierreceos quieren ahora soltar lastre abandonando a los Clicks Unidos de Playmobil, es hacia las filas del filósofo perico hacia las que se vuelven buscando apoyo para mantener el ahogamiento idiomático de la sociedad catalana.
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