Aun siendo lo que podríamos llamar un negacionista del calentamiento global -en el sentido de que no me trago a pie juntillas toda la cantinela ecolojeta-, reconozco que, cuanto menos se contamine, mejor.
Por eso siempre he estado a favor
de la energía nuclear, y me ha parecido un sinsentido el fiarlo todo a los
combustibles fósiles -máxime cuando nuestros suministros de gas, por ejemplo, dependen
básicamente de un país tan inestable (o tan poco de fiar) como es Argelia- en
lugar de, al menos, mantener las centrales nucleares que teníamos en
funcionamiento. Máxime cuando compramos mucha electricidad a Francia, que la obtiene…
de sus centrales nucleares.
Ahora, parece que la Comisión Europea
empieza a pensar igual que yo, ya que a comienzos de año se descubrió que
consideraba como verdes la energía nuclear y el gas (sí, a mí también me
extraña esto último). Así lo reflejaba un borrador sobre el Taxonomy que
establecerá que energías se consideran verdes para el reparto de fondos.
Pero como en España los rojos son, ante todo, rojos, ya han declarado que ni por esas piensan reconsiderar su postura en relación con la energía que surge de la fisión del átomo.
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