He preferido comentar esta noticia cuando tocaba por orden de publicación, y así daba tiempo a que se fueran sabiendo cosas. Aunque claro, lo mismo la cosa acababa siendo una sucesión de titulares con sucintos comentarios o apostillas.
El párrafo anterior lo escribí cuando copié
los enlaces, es decir, hace cuarenta días (y no he tenido que cambiar ni una coma, lo cual demuestra que me conozco bastante bien). El día en el que toda España, hacia
las doce y cuarto de la mañana, se quedó sin electricidad. Ese día, servidor
estaba en el trabajo. Entre que allí usamos portátiles, y que el edificio tiene
su propio generador, pudimos seguir trabajando sin mayores sobresaltos que ver
salir un poco de humo por una chimenea del garaje… nada preocupante, era el
generador que carraspeaba un poco al arrancar.
Nos tomamos las cosas con calma; tanto que
los de mantenimiento primero nos dijeron si queréis, podéis iros para pasar,
tras un rato de chanzas y coñas entre nosotros a un ¿podéis iros, por favor?
Así que hice el petate y, pasito a pasito, me fui caminando para mi casa. A pesar
de ser sólo finales de Abril, ya hacía algo de calor. Afortunadamente, había
optado por no llevarme el abrigo, así que, vestido con un traje de invierno y
corbata -siempre voy a trabajar envuelto y con lacito-, la hora y tres
cuartos (aproximadamente) se me hizo razonablemente soportable.
Como ya he dicho en otra entrada, pude
observar que, además de que la gente estaba en las terrazas de los bares,
tomando aperitivos y charlando calmadamente, lo que compraban en las tiendas
era, sobre todo, papel higiénico. En paquetes, cuanto más grandes mejor.
Una vez en mi casa, me cambié de ropa,
almorcé… y para sobrellevar la intolerable preocupación me eché una siesta de
un par de horas. La luz fue volviendo poco a poco, primero en la periferia
peninsular -alguna ventaja tenía que suponer el tener familia repartida por la
piel de toro, íbamos estando al tanto del restablecimiento de la electricidad-
y luego en Madrid; por barrios como suele decirse. Para cuando llegó la hora de
cenar -desventajas de tener sólo vitrocerámica-, las cosas habían retornado a
la normalidad.
Mientras, el psicópata de la Moncloa no
perdía ocasión de demostrar que es poco más que un saco de contradicciones
lleno de aire. Esto es, que no hace más que soltar frases hueras que, para
colmo, no se compadecen unas con otras. Como pedir no especular al
tiempo que no se descarta ninguna hipótesis; o decir que se han perdido 15
gigawatios en cinco segundos, lo cual es una violación del primer principio de la termodinámica, puesto que la energía ni se crea ni se destruye, sólo se
transforma.
Mientras, el ministerio del Interior declaró
el nivel 3 de emergencia (que por más que me he mirado la Ley 17/2015,
que regula la materia, no he logrado averiguar cuál es) en ocho comunidades
autónomas y desplegó a treinta mil agentes en todo el territorio nacional: para
no pasar nada y estar todo controlado, muchas precauciones estaban tomando.
Otra maldad que hizo fue llamar operador
privado a Red Eléctrica, entidad responsable del desaguisado. Legalmente lo
es -puesto que la SEPI sólo tiene un veinte por ciento de participación-, pero
de hecho hace lo que el Estado dice y la presidente es militante socialista y
está ahí colocada a dedo por el desgobierno socialcomunista que tenemos la
desgracia de padecer.
Es decir, que estaba intentando echar balones
fuera y quitarse del campo de tiro para que no fuera evidente e innegable que
la responsabilidad era toda suya. Como culpar luego a los operadores privados,
que sólo hacen lo que Red Eléctrica les dice que hagan… y Red Eléctrica hace lo
que el psicópata les dice.
Hay personas que de casualidad o de rebote
llegan a un puesto y se muestran como los indicados por el dedo de la Historia:
Churchill en el Reino Unido, De Gaulle en Francia, Franco -por mucho que les joda
a los rojos- o Juan Carlos I -por mucho que les joda a los rojos, de nuevo- en
España. Y hay personas que de casualidad o de rebote llegan a un puesto y
parece que han sido colocados ahí por Satanás, para echarlo todo a perder.
Adivinad en qué grupo coloco yo al psicópata.
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