Cuando el partido de la mano y el capullo hace algo que parece correcto, desconfiad: seguro que lo hace por motivos espurios.
Tomemos el caso de la reforma del Estatuto
Fiscal que promueve el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de
padecer, reforma que alargaría el mandato del fiscal general de cuatro a cinco años.
Es, dicen, para desligar el mandato del
fiscal general y el del gobierno que lo ha propuesto, lo que en teoría
redundaría en una mayor independencia de la institución (dime de qué presumes y
te diré de qué careces, se les podría contestar).
En realidad, de lo que se trata es de una trampa, para blindar el poder del fiscal general del Estado, al no haber
contrapesos que limiten su poder, y reducir la elección de nombramientos
discrecionales de seis a cinco vocales.
Eso, por no hablar de que un cuatrienio entre elecciones generales ha sido en España la excepción, no la regla.
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